POSITIVAR (PALABRAS)

Para los que somos amantes de las palabras, "positivar" es "tratar una película fotográfica o cinematográfica para obtener un positivo a partir de un negativo". Una figura retórica que perfectamente puede aplicarse a cualquier orden de la vida: así, positivar será lo que intente hacer este blog con lo negativo que nos circunda, que mirado dos veces no es demasiado. Y un buen ejemplo pueden ser las palabras que aquí irán amontonándose semana a semana.

¡OH, SHIT! SE ME ROMPIÓ EL KINDLE. ¿AHORA CÓMO LEO?
El periodista argentino Andrés Hax, que trabaja en Clarín y en su suplemento cultural “Ñ” publica la sección Flora y Fauna, escribió el sábado 10 de abril de 2010 un testimonio en primera persona de sus sufrimientos cuando descubrió que su almacenador de 1.000 libros moría prácticamente sin remedio. ¿Había un modo de encontrarle una consecuencia positiva a ese avatar tecnológico? Sí, uno absolutamente obvio, y eso a pesar de la sorpresa final que Hax cuenta en las últimas cinco líneas.

Recientemente me enorgullecí al resolver de una vez por todas la eterna pregunta de salón: ¿Qué libro te llevarías a una isla desierta? Llevaría mi Kindle. Cargado, literalmente, con mil libros. Pues, me jodí. Menos mal que no me fui a la isla. El sábado me tiré sobre mi sillón amarillo a leer. A mi alcance, dentro del dispositivo fetiche, tenía una biblioteca electrónica que no entraría en mi departamento si fueran libros de papel. Deslicé el pirulo en la parte superior del aparato esperando el placentero segundo de delay entre la desaparición del protector de pantalla y la aparición del listado de mis títulos: años de lectura en potencia. Miraba los lomos de mis libros en la biblioteca con la nostalgia condescendiente con que uno contempla un Winco. Esperaba, esperaba: pero no pasó nada. Peor. Apareció una horrorosa mancha de tinta digital sobre la imagen de los planos de una catedral medieval que era el protector de pantalla. No hubo forma alguna de resolver el problema. Lo enchufé, lo desenchufé. Lo sacudí como ese jueguito para niños donde uno dibuja con dos botones. Nada. Muerte súbita, final y absoluta. Desde enero que no leía un libro de verdad. El Kindle fue una vil adicción. Me fumé Las benévolas, varios libros de historia y divulgación científica, una decena de cuentos de Chejov y Hemingway, la autobiografía de André Agassi... Y ahora, sobre mi sillón amarillo ese aparato una vez milagroso se convirtió en un inútil pedazo de plástico. Pero esto es una pequeña crónica con un final feliz. Desde el principio sabía que este pequeño Apocalipsis digital iba a suceder. Y cuando por fin sucedió sentí, en vez de frustración, un gran alivio. Como Neo cuando lo desenchufan de la Matrix.


Como Neo cuando lo desenchufan de la Matrix.

Sin esperanza de revivir mi Kindle lo sometí a una autopsia enchufándolo vía USB a mi laptop. Con el espíritu de un cauteloso archivista, hice un backup de todos los archivos a los cuales aún tenía acceso. Allí vi una carpeta de cuyo nombre no quiero acordarme. Pertenecía al sistema operativo del aparato. Era el registro de todos mis movimientos. Cada página que pasé, cada libro que abrí, cada vez que prendí el aparato y lo apagué, estaba meticulosamente registrado con fecha y hora. El Kindle es el primer libro que lo lee a uno mientras uno lo lee a él. Parte del nuevo panóptico digital. Basta. Vuelvo a los libros de verdad. Al silencio sagrado y la fecunda soledad.



EL SOL Y LA LUNA
El uruguayo José María Firpo (Villa Elisa, departamento de Paysandú, 13 de octubre de 1916 - 27 de agosto de 1979) fue maestro de primaria y escritor. Su gran logro fue recopilar muchísimos dichos de sus alumnos en libros como "El humor en la escuela" (Arca, Montevideo, 1975), "La mosca es un incesto" (Calicanto, Octavo Sello, Buenos Aires, 1976), "Qué porquería es el glóbulo" (Ediciones de la Flor, Buenos Aires, 1976), "Uruguay y sus visitantes" (Fundación de Cultura Universitaria, Montevideo, 1978), "Los indios eran muy penetrantes" (Calicanto, Octavo Sello, Buenos Aires, 1979) y "La sólida e inesperada muerte de Solís" (Arca, Montevideo, 1980). De "Qué porquería es el glóbulo" fueron extraídas las siguientes frases de alumnos de primaria.

• "El sol es muy grande y tiene muchos rayos alrededor. Cuando sale, tenemos luz. El sol alumbra de día. Yo nunca vi salir al sol de noche. El sol tiene más luz que la luna porque de día podemos jugar a la pelota y de noche no".

• "Si no fuera por el sol, no habría sombra para descansar cuando hace calor".

• "El sol le da fuerza a la luna para que nos alumbre la tierra de noche. Si no hubiese sol, la tierra tendría que ser alumbrada con bombitas".

• "La luna sigue a la tierra como un cachorro a su dueño".

• "Yo digo que si quisiéramos ir al sol tendrían que ir algunos sabios con chiquilines de 10 a 12 años, como nosotros. Entonces los sabios les van enseñando dónde tienen que ponerse cuando lleguen al sol, cómo tienen que hacer la casa y el idioma que tienen que hablar allá, y eso; entonces cuando lleguen, los niños ya son hombres sabios, de tanto oír a los otros, y los sabios ya se murieron, y entonces cuando llegan los entierran en el sol".



ABUELO
El estadounidense Robert Fulghum, nacido en 1937, es un escritor que ha hecho carrera en base a su maestría para los relatos cortos. Se volvió una figura popularísima cuando su notable libro "All I Really Need to Know I Learned in Kindergarten" (Todo lo que hay que saber lo aprendí en el jardín de infantes", Emecé, 2004) apareció, en 1986: el New York Times lo tuvo en su lista de bestsellers durante casi dos años. A ese libro pertenece el siguiente relato, titulado "Abuelo".

El abuelo de esta historia es el que yo quiero ser. Mi abuelo me llamó el martes pasado para pedirme que lo llevara a ver un partido de fútbol. A mi abuelo le gusta el fútbol de pueblos pequeños, de escuela secundaria, y más todavía el de ocho jugadores, disputado por equipos informales. El abuelo es fanático de los amateurs y de las cosas de poca envergadura.

Cuando un equipo insignificante, formado por muchachos anónimos provenientes de un pueblo que nadie conoce, surge, sin nada que perder, al ganarle a un equipo suburbano de categoría, con uniformes nuevos, y comienza a hacer goles desde su propio arco, y el arquero ataja tres tiros de gol seguidos y gana el partido... eso hace bien al corazón. Es verdad que existen los milagros.

"La Ley de Murphy no siempre se aplica", dice mi abuelo. De vez en cuando las leyes fundamentales del universo parecen suspenderse momentáneamente, y no sólo todo sale bien, sino que parece que nada puede evitar que salga bien. No siempre se trata de algo tan espectacular como un gol de media cancha o una clavada de básquet que gana el partido. Existen campos de juego más reducidos. Por ejemplo:

¿Alguna vez se le cayó un vaso en la pileta mientras lavaba los platos, rebotó nueve veces y ni siquiera se rajó? ¿Alguna vez salió del trabajo y descubrió que se había olvidado las luces del auto encendidas el día entero, y la batería está muerta, pero como estacionó en pendiente, hace rodar su viejo auto, arranca la primera vez que suelta el embrague y usted sale andando con el corazón lleno de alegría? ¿Alguna vez abrió ese cajón del escritorio lleno de porquerías acumuladas durante diez años −con demasiada fuerza y rapidez− y justo cuando el contenido está a punto de volcarse por toda la habitación, logró poner una rodilla debajo y saltando en un pie, como en un acto de equilibrio del Gran Zucchini, no vuelca nada? Un accidente que no se produce en una intersección; el vaso de leche que casi se vuelca, danza un vals sobre la mesa y no se derrama ni una gota; el depósito bancario que le ganó al cheque sin fondos porque había un feriado que habíamos olvidado; el bulto en el pecho que resultó ser benigno; el ataque cardíaco que resultó ser flatulencia; tomar la ruta correcta por una vez en la vida en medio de un atasco de tránsito; abrir la puerta del auto con una chaqueta en la percha a través de la ventanilla en el primer intento. Etcétera, etcétera, etctétera. Usted tendrá su propia lista.

Cuando ocurren pequeños milagros a la gente común, día común tras día común. Cuando no sólo no sucedió lo peor, sino que recibimos el regalo de aquello que era imposible que ocurriera pero ocurrió. Es grandioso vencer a las probabilidades, para variar.

Mi abuelo dice que todos los días agradece a Dios cuando va a la cama por haber comido y sin haber sido comido una vez más.

Conozco la oración: "Ahora me acuesto para dormir. En la paz de los amateurs, por quienes existen tantas bendiciones. ¡Te agradezco, Señor, por todo lo que salió bien! Amén".